Pues se nos ha ido Tobe Hooper, otro de los grandes nombres del “fantaterror” norteamericano. Hace dos años nos dejaba su amigo Wes Craven y este mismo año pasaba a mejor vida, convertido en Zombi (eso lo sabéis todos) George A. Romero. De los tres, prácticamente de la misma generación, amigos y admirados entre sí, el bueno de Tobe fue (siempre desde mi punto de vista) el que menos gozó de los favores de la diosa fortuna.
No hay más que echar un vistazo a la filmografía de los tres y veremos que si hay alguien que no fue dueño de sus propios pasos en el cine, ese fue Hooper. Y eso que su carrera comienza con un par de producciones independientes, una de ellas no requiere apenas de presentación, hablo de The Texas Chain Saw Massacre; una película intemporal, con una iconografía y personajes inmortales que han transcendido generaciones, sentando las bases de un cine de terror hasta entonces poco o nada visto.
A partir de ahí, exceptuando algunos extraños casos como la mini serie Salem´s Lot, basada en la obra del mismo nombre de Stephen King, o Lifeforce, que a pesar de sus aspiraciones a blockbuster y mejorable (qué duda cabe) se consolidó como un auténtico film de ciencia ficción renovador del género (por mucho que la crítica de la época le diera hasta en los títulos de crédito) su carrera fílmica (reconozcámoslo) estuvo llena más de baches que de aciertos.
Pero para sesudas críticas de su filmografía ya están otros espacios, que lo hacen muy bien. Para mí se ha ido uno de los recuerdos imborrables de mi adolescencia. Tobe Hooper era para el que esto suscribe: programas dobles de cine, quedadas en casa de unos y de otros, cuando los respectivos padres se iban, para rascarse el bolsillo e ir al maloliente videoclub del barrio a alquilar esa cinta VHS, ¡pero cuidado no estuviera alquilada!, era sangre, sustos y risas, pero sobre todo era: Leatherface.
Era, sin dudarlo, otro icono del terror, si no a la altura de su personaje, de preceptos inmarcesibles, sí con un nombre a la altura de otros grandes. Dicen que en la intimidad, igual que Aznar habla catalán, Tobe Hooper criticaba hasta lo indecible a la industria del cine y renegaba de ella, en parte por culpa de aquel contrato leonino que firmo con la productora Cannon Films. Que a él lo que le hubiera gustado realmente era dedicarse únicamente a escribir libros. Si se encuentra a George A. Romero por el camino a la eternidad y este le explica el secreto de la inmortalidad, puede que el bueno de Tobe tenga ahora todo el tiempo del mundo para escribir novelas, lo que no sabemos es si los zombies tienen pulso para sujetar una pluma o escribir correctamente un documento de Word.
Descansa en paz y gracias por los momentos propiciados.